martes, 18 de agosto de 2009

Canción de cuna

Imaginaos por un momento que estáis plácidamente sentados en el cine. Al poco de empezar la sesión tu acompañante, llamémosle "X", quien ha elegido la película sin darte la menor opción de réplica, al que has tenido que invitar a palomitas (porque el muy gorrón siempre va sin un duro) y el que no ha parado de moverse y darte codazos sin descanso desde el mismo comienzo del primer trailer, por si todo lo anterior fuera poco se abalanza sobre ti y te vomita encima.
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Suponeos también que a vuestra casa se va a vivir un individuo, llamémosle "Y". Ocupa la mejor habitación de tu hogar, pared con pared de la tuya. Acapara toda la atención de tu contraria, metiéndose habitualmente en la cama con ella sin el menor reparo. Y el muy cachondo noche tras noche, sin perdonar una sola, te despierta en las madrugadas, a grito pelado, cuando estás en el mejor de los sueños, durante cuatro años. Sin excepción. Sin tregua. Cuatro años, cuatro, con sus correspondientes 1.460 noches de insomnio.
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Pensad por un momento que un día, sospechando que algo no marcha bien en tu economía, pides un extracto de las cuentas de tus bancos. Y cuál es tu sorpresa cuando descubres que un individuo, llamémosle "Z", ha estado esquilmando tu nomina y todos tus ingresos, cargando en tu cuenta durante meses un interminable elenco de caprichos, y también su comida, su ropa, sus medicinas y hasta el gasto más nimio que se le haya pasado por su cabeza.
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Y ya puestos a imaginar, pues os hacéis a la idea de que el individuo que os vomita en el cine, no os ha dejado dormir durante 1.460 noches seguidas y esquilma habitualmente tus cuentas bancarias es el mismo. Que los cachondos de X, Y y Z son la misma persona.
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Decidme por favor un sólo motivo para no cometer un disparate. No digo ya una barbaridad, una locura. NO. Tan sólo un gritito, un basta ya, un hasta aquí hemos llegado.
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Pues mira, no lo haces. Porque a los hijos se les quiere. Por algún extraño motivo se les quiere. Más que a uno mismo. Tanto como para hipotecar uno toda su vida por ellos. Tanto como para renunciar a ser uno mismo. Porque el Sumo Creador, el Arquitecto del Alma, el Inventor de los ciclos de la Luna, llámale Dios si quieres, nos ha puesto en el cerebro un microchip para que queramos a nuestros hijos. Es un instinto primario, como el de succión al nacer o el de respirar. Si no, ¿de qué íbamos a aguantar esa tortura sin cometer un disparate?
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Por este motivo el sexo resulta placentero: estoy convencido de que el sexo es un mecanismo micro-chípico-biológico que nos colocaron un buen día del origen de las especies para engañarnos e incitarnos a procrear. Para engolosinarnos como bobos. Una estafa, porque si no, ni de coña. Y por ese mismo motivo, las practicas sexuales más morbosas son aquellas en las que el embarazoso fluido no termina en el lugar específicamente diseñado para ello, como sin con esto el subsconsciente nos diera la doble satifacción de haber burlado el mecanismo y obtener el placer sin sacrificio a cambio.

sábado, 1 de agosto de 2009

Contigo no, bicho

A punto de cerrar provisionalmente este negocio por descanso del personal, os ofrezco este vídeo del youtube, para los que no lo hayáis visto. En homenaje a la PIÑA. A mis amigos de verdad. A esos con los que me sentaba en clase en la E.G.B. y que por algún extraño motivo no han dejado de hablarme. A esos a los que nos fue saliendo el bigote juntos y otras cosas. Que crecimos dándonos balonazos en el patio del colegio con una pelota KAPLAN que picaba que no veas. A los que nos partimos años más tarde entre ciencias y letras. Menudo disgusto le dí a mi padre cuando me hice de letras y le dije que quería hacer Psicología. Nunca le agradeceré lo suficiente que quitara esa idea de mi cabeza (utilizó el persuasivo método de cortarme el grifo y echarme una mirada de esas a las que todavía le guardo el respeto).
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Y luego seguimos siendo amigos en Madrid y en Valencia, compartiendo nuestras incontables correrías nocturnas, previa visita obligada al Tony Roma´s de la calle Génova y nuestra liturgia de La Casita de los Arroces. Y mañanas de resaca, que en el bar de abajo de la Plaza Xúquer hacían un café de morirse, y las cortezas ni te cuento. Y el pollo asado a las cuatro de la mañana, pateando fallas como posesos. Donde aprendí que la ropa no se plancha sola, perfeccionando mi técnica diseñada a golpe de tardes de domingo.
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Pues eso, que ayer me vi metiéndole el morro a una botella de agua mineral y le dije a mi amiga Bea que le iba a colgar este vídeo. Porque esos que salen no somos nosotros, pero vivediós, podríamos serlo. La viva imagen de una etapa de nuestras vidas que por suerte o por desgracia ya no volverá.
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Que ustedes lo disfruten. Un último aviso: el vídeo crea adicción, no lo podrás ver una vez sola.