sábado, 16 de mayo de 2009

Amores canallas

Pónganse en situación. Seis buenos amigos enfundados en sus trajes de campaña. Preparados para lo que surja. Cenando en la mejor mesa del bar de moda. No hizo falta reserva cuando les vieron entrar. Tapas y cañas. Confidencias. Azañas de guerra.

Y entonces apareció ella. Era alta, hermosa y rubia, como la cerveza. Insultantemente joven. Con ese toque provocativo que da el sutil tatuaje en la paletilla, vivediós. Se acerca a su mesa y sin mediar palabra le suelta a mi amigo una bofetada de esas que marcan la cara. Y le dice: "eres un golfo y un canalla". Y se marcha por donde ha venido. Muy altiva y orgullosa ella. Menuda hembra.
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Y no hace falta preguntar mucho, para saber qué hay detrás de tamaño desvarío: Martini blanco con limón. Ya te llamo luego. La reserva de una habitación de hotel. De un apartamento con vistas a la sierra. Ponerse guapo. Háblame de ti. Ron con hielo picado y una rodajita de naranja helada. Me das mucho morbo. Desayunar una ración de calamares para dos en la terraza del puerto. Ojeras y resaca. Kit de champán y cubiertos de plástico en el maletero del coche. Manchas de carmín en la solapa. Marcas en el cuello. Preséntame a tu amiga. Paquete de Marlboro. Hablarle al oído. Salir a comer algo. Burbujas de aguas termales. Gafas de sol. Conducir deprisa. Siempre nos quedará París. Y tantas otras cosas que hacen que el corazón vaya pasado de vueltas.
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Joder, tío, es que te lo tienes merecido. Es que eres un golfo. Y un canalla.
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(Permitidme la licencia, pero es que es difícil imaginar a Ingrid Bergman atormentándose en un café de Casablanca regido por Chiquito de la Calzada y no por el golfo de Humphrey Bogart).

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