viernes, 19 de marzo de 2010

La ruta de las fortalezas. Análisis DAFO

Mientras dure, mientras no terminemos de aniquilarlo, vivimos en un planeta maravilloso. Afortunadamente la superficie de la tierra es mucho más inteligente que los animales que la habitamos, de manera que cuando empezamos a tocarle las narices, se revela como un león cuando le molestan las moscas, y nos da un zarpazo y nos mata por millares. Así que hace unos días hemos visto a las pobres gentes que vivían en la ladera de una montaña, con vistas al mar, cómo un alud de tierra engullía sus flamantes adosados con porche y chimenea. Seguro que las hermosas viviendas tenían su licencia municipal, sus cimientos a prueba de viento y marea y hasta su alarma anti robo, hay que joderse. Me temo que todas estas medidas tan escrupulosamente legales no les han servido de mucho. Porque a la naturaleza en estado salvaje no la para ningún estudio geotécnico, no se apiada de las DEBILIDADES, ni se para a preguntarte si te parece bien que te devore hoy o si prefieres que lo haga mañana a las ocho menos cuarto.
.
De la misma manera han muerto cientos de personas en Haití y en Chile, en lo que es una catástrofe humana (esto es un guiño a Fernando Lázaro Carreter "El dardo en la Palabra") de dimensiones que hoy se nos antojan impresionantes, olvidando que hace dos mil años el Vesubio se tragó Pompeya, como yo me quedé sin abuelas.
.
Y por esa misma regla de tres a diario mueren de hambre en todo el mundo miles de personas: porque no hay recursos naturales para todos. Porque convertimos los huertos de naranjos en urbanizaciones a las afueras. Y las pobres gentes de los países más pobres salen corriendo hacia Occidente huyendo del hambre y de las AMENAZAS. Y aquí ya no cabemos todos. Ni aquí ni en ninguna parte. Aquí ya somos demasiados para todo. Y necesitamos contaminar más para producir más coches y más carreteras y más edificios que consumirán el agua que no tenemos, y calentarán el aire que respiramos hasta derretir el hielo de los polos. Y más funcionarios que hagan más corta la espera en la cola del paro y en la del médico de cabecera. Y nos iremos todos, más pronto que tarde, a tomar por culo. Eso sí, vestiditos de marca, bien alimentados, y con todos nuestros papeles en regla. Seremos una civilización extinguida, pero con dos cojones: bien documentados y a poder ser con un poco de sobrepeso.

Así que mi amigo Jose me dijo que si me apuntaba a la "Ruta de las fortalezas". A mi eso de "FORTALEZAS", en plural, siempre me ha sonado a análisis DAFO. Tengo que advertiros, por si alguna vez os pasa (a mí me pasó el otro día) que los psicólogos, que son muy pillos, te hacen definir determinadas palabras para enfilarte, y ésta es una de sus preferidas (para el mío era la primera de la lista). Supongo que si lo defines como cualidad humana es porque eres un sensiblero de letras, con tendencia a la homosexualidad, y si te viene la cabeza una edificación militar, es porque en el fondo eres un machote de los que gritan mucho cuando se enfadan y no le pagan la pensión a sus mujeres. No os pienso decir lo que contesté yo. A lo que vamos, que me explicó que lo de la Ruta de las Fortalezas es una prueba física de resistencia que consiste en hacer senderismo durante 12 horas, seguidas, de ruta por varias edificaciones militares de las que rodean la trimilenaria ciudad que nos vio nacer. Y yo, ni corto ni perezoso le dije que sí, que me apuntaba, que contara conmigo, y que ahí van esos 15 euros, que OPORTUNIDADES como esa no se presentan todos los días. Y ahora tengo que explicaros porqué me eché adelante, y porqué no dudé ni un segundo en sumarme al evento: porque sólo se vive una vez. Si tuviera previsto vivir varias veces, dedicaría una vida a hacer el vago, otra la consagraría al deporte, en otra tendría decenas de hijos, y así sucesivamente cada existencia a una cosa. Pero como en mis planes por ahora sólo tengo una vida por delante, voy a aprovecharme de todo lo que crea que merezca la pena, aunque sea sólo de todo un poco.

Porque hace millones de años se extinguieron los dinosaurios, y este planeta siguió girando. Y dentro de no mucho el ser humano se cargará la vida en la superficie tal y como la conocemos. Pero no seamos pretenciosos, por gorda que sea la burrada que cometamos el mundo seguirá girando, porque sólo terminará la vida en esta minúscula última capa que rodea el planeta. Y la Tierra seguirá dando vueltas alrededor del sol, aunque no quedemos ninguno para disfrutarlo. Por eso no me quiero perder la Ruta de las Fortalezas.

Y sí, la definí, como suponéis, como una cualidad humana.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Usted está vivo por casualidad


Pues eso, cosas que pasan, un enlace curioso, para los seguidores de este blog: (Pincha aquí)

Y por si a alguien le interesa el mundillo jurídico de la ciudad: http://www.cartagenadeley.com/

Foto: El Juicio de Salomón. (No quiero ni imaginarme cómo se debería sentir el pobre niño).

lunes, 16 de noviembre de 2009

Las dos caras de Bea, IV

Perdonad mi demora, pero entre rato y rato de internet me gusta trabajar un poco, estar con la familia, hacer algo de deporte y salir con los amigos. Pongo con esta cuarta entrega de "Las dos caras de Bea" un punto y aparte. No sé cómo va a terminar esta historia, pero ella lo ha querido así. Yo, por mi parte, seguiré escribiéndola en mi mente cada minuto, cada segundo y en cada instante. Y si es que alguna vez se deja terminar de escribir, no dudéis que seréis los primeros en enteraros.

____________________________________


-Dime para qué me quieres esta vez. Espera que te lo digo yo: has vuelto a tener movida con Paloma o quieres que te eche mi firma en alguna nueva demanda.

- Venga ya, vente y te lo cuento aquí. No me hagas volver a ese pueblo tuyo, que sabes que no me trae buenos recuerdos.

Si se había planteado venir hasta aquí es que la cosa era más sería de lo que supuse en el primer momento. Porque venir a este pueblo mío no le traía buenos recuerdos. Porque Miriam aquí le había hecho mucho daño. Porque Miriam fue la única cosa por la que ha llorado de verdad en toda su vida. Y ese día yo estaba allí. Lo sé porque secó sus lágrimas con las mangas de mi camisa.

Conocí a Miriam casi al mismo tiempo que a él. De hecho fue ella quien nos presentó.

- Tú debes ser de donde yo, le dije. Te he reconocido por el acento. Algunos centímetros por encima de su escote lucía una sonrisa encantadora, de chica familiar y extrovertida. Una belleza limpia, huérfana de maquillaje, unos ojos muy grandes que hacían un curioso contraste con una nariz pequeñita y respingona, como de duendecillo. Unas contadas pecas, casi imperceptibles, en su cara le daban a todo el conjunto un aspecto de Campanilla, a la que sólo le faltase la varita mágica para darte la sensación de que iba a salir volando agitando sus alitas de un momento a otro.

Intercambiamos algunas frases hechas sobre nuestra ciudad. En qué calle viven tus padres, a qué colegio fuiste, trivialidades sobre las fiestas, sobre nuestras cosas típicas. Las cosas de nuestro pueblo, como decía Pablo. Le encantaba provocarnos llamándolo “pueblo”, una ciudad no más grande que muchas de los extrarradios de Madrid, pero tampoco más pequeña. Vamos, que de pueblo, nada. Pero a Pablo le encantaba provocarnos con eso, y con más tiempo que pasaba no dejaba por eso de molestarnos.

- Iba a ir a la cantina a tomar algo, le dije, por si te quieres venir.

- Vale, yo iba para allá, he quedado con mi novio.

- Pues entonces no os molesto.

- Venga hombre, que te he dicho que tengo novio, no que esté muerta. Esa sonrisa al terminar la frase encendió una bombilla. Al principio pequeña, casi imperceptible. Una lucecita que probablemente no quisiera decir nada. Que podría haber pasado desapercibida. Pero que para mi quería decir mucho. A mi me hizo intuir que Miriam no tenía intención de apostar toda su vida a una sola carta. Luego, con el paso de los años, cuando mi amistad con su novio fue haciéndose más fuerte, cuando ella fue pasando a un segundo plano, cuando ambos acabamos fraguando a fuego una relación de camaradería incondicional, la existencia de esa lucecita se fue diluyendo, o mejor la fue apagando la conciencia colectiva que se forma cuando conoces a una pareja en tanto que tal. Cuando apuntas juntos los nombres de los dos en tu agenda. Cuando alguien pregunta que de qué Miriam le estás hablando y respondes que esa no, que te refieres a la novia de Pablo, y entones todos lo tienen claro. Porque todos asocian cualquier relación como si fuera a ser eterna.

Hasta que una tarde de enero, seis años después, me ví sentado con Pablo en la puerta de una Iglesia de barrio, con un frío húmedo de esos que se te mete en los huesos, mientras una fina llovizna aplomaba el cielo, haciendo aún más resbaladiza la rampa de acceso junto a la escalera. Abrazándolo a él mientras lloraba y con un ridículo paquetito de pañuelos de papel en la otra mano. Teníamos que ofrecer una imagen patética. Y esa lucecita se hizo un relámpago, cuando me fue contando con todo lujo de detalles cómo había sucedido todo. Cómo lo había traicionado. Cómo se lo dijo. Porque necesitaba contarme los detalles, necesitaba contarme hasta los extremos más íntimos de su relación con ella, para que viera lo puta que había sido, y cómo le había traicionado con ese, al que seguro que le haría las mismas cosas que a él en la cama. Por eso tenía que decírmelo, porque era como pagar su venganza contando aquello que no debería contar nunca un caballero. Y también me contó como le dijo que algún día eso mismo que había hecho ahora ella se volvería en su contra, cuando ése encontrara a otra más joven y más dispuesta. Y como ella le lloró, le suplicó, se arrastró pidiendo clemencia, arrepintiéndose de su ataque de sinceridad. Y cómo él, impasible el ademán, le dijo que nunca, nunca, jamás la perdonaría.

- Porque podría comprender una aventura, dijo, incluso perdonarle una infidelidad. Pero lo que no podré ni olvidar ni perdonar nunca es su deslealtad.

(continuará...)

lunes, 2 de noviembre de 2009

El novio de la muerte


Ahora que durante estos días los niños se burlan de la muerte con la vomitiva fiesta de Jalogüin, se me ha venido a la mente una de muertos y de fantasmas. Porque, oye, está uno tan agustito viviendo como un marqués, preocupándose por la ropa que se va a poner mañana, por los devenires de la familia Alcántara, por la púrpura del Efesé, o por la mejor manera de mandar a paseo a un empleado díscolo sin que te toquen demasiado las narices, cuando de repente, sin avisarte, viene un pedazo de irresponsable por el carril contrario hablando con el móvil y allí te has quedado. Tieso como un palo y echando sangre por los oídos. Y adiós, arrivedercci, se finí. Hasta aquí hemos llegado, compañero.

Luego, en el cementerio, la desconsolada viuda, los compañeros del trabajo, los amigos del futbito, diciendo lo bueno que era y que si tal. Y venga tópicos, que si siempre se van los mejores y que con lo joven que era. Por algún extraño motivo todo el mundo que se muere era demasiado joven y  muy buena persona. Y yo, que soy muy torpe, nunca sé exactamente qué es lo que tengo que decir, y acabo diciendo lo que dice todo el mundo, que te acompaño en el sentimiento, deseando que pase el rato para ir a casa a ducharme, para quitarme esa peste a claveles rancios que siempre hay en los tanatorios.

Porque yo, ya puestos a morirme, prefiero otros tópicos. Como los de Dolores Ibarruri: "prefiero morir de pie que vivir de rodillas". O los de la canción del Legionario. Dios, ¡cómo me gusta!:

Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi ¡Bandera!

Así sí que merece morirse uno. Con un mucho de dignidad. A poder ser y puestos en pedir, con un poco de heroísmo. Siendo consciente de que has hecho lo que debías aunque con ello se te vaya la vida. O pudiendo escupir en la cara, con tu último soplo de aliento, al malnacido que te ha llevado por delante.

Porque por mucho que digan, nadie ha vuelto del otro lado. Y lo del túnel ese con la luz al fondo y los familiares finados esperándote con la sonrisa puesta, como que no me lo trago. Porque definitivamente no creo en los fantasmas de las psicofonías. Los fantasmas que aún no han muerto me dan mucho más miedo que los de las películas. Porque soy de los que piensan que hay que tener mucho más miedo a los vivos que a los muertos.

lunes, 19 de octubre de 2009

El vuelo de la mariposa

Se debate estos días un tema tan antiguo casi como mi escaso uso de razón política. De vueltas con el aborto. Nuestros políticos de uno u otro signo se empeñan muchas veces en cambiar el nombre a las cosas, o buscar otra manera de llamarlas, para tratar de arrimar el ascua del lenguaje a su sardina, y así por mucho que quieran suavizarle el nombre al aborto con definiciones como "interrupción voluntaria del embarazo" éste no deja de ser un homicidio, se mire como se mire. Porque oye, está la criatura creciendo tan tranquila, cuando su madre y los amigos de su madre deciden quitárselo del medio, porque les molesta o vaya usted a saber por qué (ahí no entro). Y sin tener a nadie que le defienda le cortan a la criatura la vida. Y se acabó el problema. Y habrá quien creyéndose progresista, se pregunte quién soy yo para juzgar a los hombres y mujeres que abortan. Pues la verdad es que no soy nadie, como tampoco soy nadie para juzgar a quien comete asesinatos, a quien roba, o a quien viola. Pero sí que me permito opinar que en un Estado de Derecho las leyes están para proteger a las personas, a todas, al poderoso y al débil. Y que esas criaturitas también tienen derecho a que las leyes las protejan de alguna forma.

Y no soy muy amigo de los insectos, la verdad, pero me fascina el vuelo de la mariposa. Un ser maravilloso, las hay preciosas, todas con un proceso vital fascinante: que si el gusano y el capullo y los huevecillos esos que ponen. Me impresiona el proceso de transformación que sufren dentro de su propio ovillo de seda. Lentamente. Y como con todas las cosas importantes de la vida, hay que darles sus tiempo, porque si el proceso se desarrolla lentamente, surge en su debido momento, como algo mágico, una preciosa mariposa de alegre vuelo. Pero si alguien decide descubrir antes de tiempo en su torpeza lo que está pasando dentro de ese espacio íntimo, aborta inexorablemente ese pequeño aliento de vida, descubriendo algo sin ninguna forma todavía definida e impidiendo por siempre que un ser precioso nos permita disfrutar del vuelo de la mariposa. Y debemos tener la fuerza necesaria para evitarlo.

sábado, 10 de octubre de 2009

Cuestión de tiempo

Me ha vuelto a pasar. Por enésima vez. Conducía por una avenida de esas anchas, con dos carriles de circulación en ambos sentidos. En esto veo que un semáforo a lo lejos se pone rojo. Aún circulando por el carril de la izquierda reduzco la velocidad moderadamente. Y como en una maldición se vuelve a repetir, una vez más, la escena: un individuo, joven, varón, raza blanca, gafas de sol, coche tuneado, rojo (no podía ser de otra manera), me adelanta por la derecha, supongo por su cara que muy enfadado, y se me planta delante, llegando el primero al semáforo en rojo.

Y me da que pensar la de veces que actúo como un macarra con gafas de sol y gomina. Viviendo una vida loca y acelerada que no me deja disfrutar de cada detalle. Voy corriendo a todos sitios con la intención de ser el primero en llegar a ninguna parte.

Al mismo tiempo, curiosamente, vivo a la vez una existencia monótona, cansada, lenta y triste que no me permite pensar que debe haber algo más. Y así se consuma el absurdo de vivir deprisa para ganar tiempo con el que no hacer nada.

Y mientras, por mi vida pasan experiencias maravillosas que no me paro a saborear, pensando qué pasará mañana.

No reparo en asumir que mi existencia es sólo cuestión de tiempo.

De gotas de agua cayendo en un vaso.
De besos furtivos sedientos de vida
que cuartean los labios
de tanto besarse.

De historias, de amores, de gente de paso,
que avanza deprisa, que pasea o camina
y de amigos sabios
para refugiarse.

Mientras él pasa lento y cadencioso
sutil a veces y cómplice a ratos.
Siempre inexorable.

Pararse a mirar
las hojas caer
mecidas al viento,
para disfrutar
tan sólo con ver
que es cuestión de tiempo.

martes, 29 de septiembre de 2009

Las dos caras de Bea (tercera parte)

... La tercera y más importante lección, que iba a durar mientras durase esa historia, no era tanto un hecho sino una intuición, que para esas dos personas tan extraordinariamente idénticas es muy difícil ocultar que ninguno de los dos era exactamente en realidad lo que el otro querría que fuera.

Hacía ya varios meses que no sabía nada de Pablo. Pero ver su número en la pantalla de mi móvil siempre resultaba excitante. Sabía que algo estaba fraguando, que en esa genial y retorcida mente se había formado como de costumbre alguna idea brillante, algún plan irresistible, que necesitaba alguna coartada inteligente, o que simplemente le apetecía hablar conmigo. Esto último era menos frecuente, pero también pasaba. Por desgracia cada vez menos, cada vez de manera más distanciada en el tiempo. Nuestra amistad estaba basaba en una serie de coincidencia de intereses que de alguna u otra forma se habían ido forjando a lo largo de los años. A veces de manera coincidente. Otras buscadas por mí. Otras por ambos. Cualquier excusa era buena para acabar en Madrid.

Nos presentó Miriam en la facultad de Derecho de la Complutense, en la que yo acabé a base de rebotes y de una odiosa relación con el Procesal de quinto curso. Pablo, a su vez, se había declarado enemigo incondicional de la Filosofía del Derecho, que creo que le ignoraba tanto como él a ella. El hombre autoconstriñe su libertad por la razón, la Crítica de la Razón Pura, el Mito de la Caverna, San Agustín, Santo Tomás, Kant y Nietzsche y la madre que los parió a todos, me decía, -Santo Dios, qué angustia. Mientras atraía la atención del respetable jugando al mus en la cantina de la facultad, con su discurso siempre en tono de humor, y yo le hacía una seña, y él se quitaba muy despacio las gafas de sol y echaba cinco a grandes, a chica, a pares y a juego.

Qué diferente a la realidad de la justicia que ambos descubrimos algunos meses después, a la que se administra con minúsculas. Ya desde entonces su atranque con la Filosofía del Derecho vislumbraba y hacía intuir en él que pronto aprendería que existen dos justicias, que existen dos derechos, que el mundo de papel de los libros no es más que una herramienta básica que sobra con saber que existe. Que el derecho de papel no es más que la goma que sujeta la baraja, que es sólo una bala más en la pistola de un mafioso, que es tan sólo el timbre para llamar a las puertas del cielo. Que la Justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le pertenece. Pero que la justicia es un edificio plagado de cucarachas ejerciendo como auxiliar administrativo interino, cogiendo puntos para que nadie les robe su queso. Para poder vivir como marujas paniaguadas toda su vida. De auxiliares y oficiales de la administración de justicia desoficiadas y mal folladas que se ensañan con cualquiera que cruce la puerta de la oficina judicial, desde el pasante que acaba de empezar, hasta el experto jurista que ya peina canas y que se encontraba de paso en la ciudad y no tenía a quien mandar a mirar ese expediente. Que el Derecho es la ciencia del conjunto de normas que regulan las sociedades civilizadas. Pero que el derecho son pactos para no perder, que lo que no está en el pleito no existe, que la forma es infinitamente más importante que el fondo, que el que no corre vuela, y que aquí ya nos las sabemos todas y nos conocemos todos, Pablito. Eso parecía intuir Pablo de la Vega cuando envidaba al mismo tiempo a grandes y a chica cagándose en la madre que parió a Kierkegaard.

Y por eso se le puso ese engaño en la mente, esa venda en los ojos. Por eso parecía que ya desde joven, desde antes de ejercer, desde antes de hacer su primera hora de pasantía, desde antes de pisar por primera vez el Colegio de Abogados, no entendía qué relación había entre la Crítica de la Razón Práctica y lo buena que estaba aquella chica de gafas que todos los días llegaba a la biblioteca a prepararse su oposición a judicatura, y que, por su puesto, se acabaría tirando. Incluso también acabaron repitiendo cuando coincidieron años después casualmente en un Juzgado de Alcobendas ejerciendo cada uno su profesión. Porque el mundo es muy pequeño, y por esa misma razón la sentencia de ese pleito estaba echada desde el mismo momento en que ella le vio entrar en la Sala. Porque esas cosas no están escritas en ningún Código, pero por fortuna la mente humana se rige por otros códigos que no ha publicado todavía ninguna editorial jurídica con tapas de cartón y letras gruesas y doradas en la portada. Ni lo harán nunca. Porque esas cosas nadie las explica en la facultad, no merecen la consideración de los sesudos catedráticos que tratan de impresionarte con su teoría sobre la exégesis del nexo causal en la restitutio in integrum.

-Dime para qué me quieres esta vez. Espera que te lo digo yo, le corté:  o has vuelto a tener movida...

 (continuará...)

domingo, 20 de septiembre de 2009

El mundo al revés

Definitivamente o este mundo está loco, o yo me he debido perder algo, o en algún momento me he quedado en fuera de juego. Y es que la prensa de esta semana nos ha obsequiado con varias noticias que, sin ser lo mismo, vienen a ser igual. A saber:

Por una parte nos cuentan que un tipo en el transcurso de una discusión con su jefe le ha llamado (perdonen la expresión) "hijo de puta", de tal suerte que finalmente resultó despedido por este hecho, como no podía ser de otra manera. Posteriormente, el Juzgado de lo Social considera que el despido es procedente y que el trabajador no tiene ningún derecho a indemnización ante tamaña falta de respeto a su superior. Hasta ahí todo normal. Pero no, porque el muy cretino, armado de orgullo y amparándose en la cobardía de que en la jurisdicción laboral no se pagan costas si pierdes y que el abogado del sindicato le sale gratis, sin nada que perder prueba fortuna apelando a la Sala superior. Y entonces comienza el esperpento: El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña considera el despido improcedente, porque a su entender la "degradación social del lenguaje ha provocado que las expresiones utilizadas por el ahora recurrente sean de uso corriente en determinados ambientes, especialmente en el marco de discusiones". Y el jefe, cornudo y apaleado por imperativo legal, al pobre hombre sí le dejan elegir (menudo detallazo) entre una de esas dos opciones: pagarle una pasta al individuo que le ha insultado o tener que volver a trabajar con semejante sujeto. 

Seguramente los sesudos magistrados admitirían que ahora fuese yo quien les llamara hijos de puta a ellos, y deberían incluso darme las gracias por ser tan moderno. También les dejaría el derecho para que pudiesen optar porque el empresario y su abogado les mandaran un atento escrito en el marco de esta filantrópica discusión jurídica en el que solicitaran las tarifas por hora de servicio de las rabizas madres de Sus Señorías Ilustrísimas. A ver qué gusto les daba a ellos. Seguro que también admitirán de buen grado  que el lunes cuando lleguen al Juzgado un oficial interino recién llegado los califique a todos ellos de semejante manera cuando le manden sacar un expediente del archivo. Y es que no es lo mismo subir a por brevas que bajar a que te den palos, ¿verdad, señores magistrados?

Por otra parte la Comunidad de Madrid estudia una norma para que los funcionarios docentes de Primaria y Secundaria adquieran la condición de "autoridad pública" para que las faltas de respeto contra ellos tengan una consideración más grave que en la actualidad. Similar circunstancia se ha regularizado también con el personal sanitario en varias Comunidades, ante las agresiones sufridas por médicos y demás profesionales de la salud pública. Además también esta misma semana se ha conocido un informe del Defensor del Pueblo que aconseja el "trato de usted" a los profesores, pues lo contrario es una falta de respeto. Afortunadamente aún queda gente cabal en este país.

Porque en esta España nuestra, nuestras autoridades no se ponen de acuerdo. Y mientras unos irresponsables jueces catalanes permiten que se pueda llamar a la gente hijo de tal impunemente, hay quien tiene un poco de cabeza y trata de imponer el respeto en el trato verbal a los demás.

Yo por mi parte continuaré llamando de usted a los jueces, a los guardias civiles, a los profesores de mis hijos, a los médicos, a cualquier profesional que trabaje para mi -incluyendo a la señora de la limpieza y a la cajera del supermercado- y también a cualquier persona que tenga una edad superior a la mía y con la que no haya cenado o me haya autorizado expresamente a apearle el tratamiento.

Y como he hecho hasta ahora nunca apelaré a la filiación de nadie por dudosa que sea o a mi me lo parezca. Porque los desprecios más impactantes que he recibido y también proferido alguna que otra vez en mi vida han sido sin levantar la voz y tratando de usted, lo cual no sólo es mucho más educado sino también más doloroso. Se lo aseguro. Cuando ustedes quieran hagan la prueba y luego me cuentan.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Mis favoritos

Este resumen no está disponible. Haz clic en este enlace para ver la entrada.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Una de machismo

"Buenos días, P. He leído tu último artículo. Muy bueno. Muy bueno. Y el final, redondo. Vas perfeccionando. Me he emocionado, y he empezado un artículo yo, pero cuando llevaba tres párrafos he pensado que no es lo mío, que te sale mejor a ti. A sí que te mando lo escrito por si te apetece aprovechar la idea. Me gustaría ver qué puedes hacer con ello.
Resulta que hace unos días pude ver en el telediario, sin prestar mucha atención, una noticia referente al relevo en la directiva de un importante club de fútbol español (creo que era el Real Madrid). Los comentaristas y tertulianos comentaron entonces lo curioso que les parecía que no haya llegado a las directivas de estos clubes la presencia femenina que hay ya en empresas, sindicatos y ministerios.
Y esto me ha hecho pensar; no sobre futbol, que ya sabes que no me gusta, sino sobre mujeres, que sí me gustan. Y sobre hombres, que aunque no me gustan mucho es un colectivo que sin duda me incluye. La cuestión viene a ser esta: ¿tan difícil resulta entender que los hombres realmente necesitamos pasar ratos rodeados de tíos, todo regado en salsa de testosterona, apartados momentáneamente de las distracciones (encantadores distracciones) de las mujeres y de los reproches y exigencias de nuestras esposas (a quienes por supuesto no incluyo en la categoría "mujeres")? ¿Por qué pensarán las chicas que nos gusta tanto irnos de caza o de pesca, o a hacer ciclismo, o kungfu, fines de semana enteros? sin ellas, por supuesto..."

__________________________________________________
 

Que los hombres y las mujeres son diferentes es algo obvio. Con más que dudosa fortuna, John Gray nos obsequió hace años con un libro titulado "Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus", en el que se enunciaban una serie de tópicos -más o menos frívolos- pero que alguien alguna vez debería plasmar en alguna parte de forma ordenada. Y así lo hizo él, llevándose una pasta.
 
-Desde que leo a Almudena Grandes me encanta usar los guiones, son una caña-   
 
Me pide mi amigo J.J. en su anterior y literal correo electrónico que reflexione en negro sobre marrón sobre los motivos por los cuales a los hombres nos gusta de vez en cuando mandarlas un ratito a que se den un paseo y nos dejen hablando de nuestras cosas.
 
Luego está la otra versión. La de las cenas de grupo. Aquellas en las que las mujeres abarcan una esquina de la mesa y los hombres la opuesta. Limitándose la conversación entre ambos bandos a decidir quién se levanta para llevar los niños al baño.
 
Y en esto que mi también amigo (y mecenas) El Capitán Garfio se enzarza en una interesante y acalorada discusión con mi amiga Anónima en algo que sin ser igual viene a ser lo mismo.
 
(Hago un paréntesis -esta vez sin usar los guiones- para añadir que una vez, hace muchos, muchos años, en una galaxia muy lejana, una amiga de un conocido mío le preguntó si alguna vez había estado con algún hombre. Intentaba -sin éxito- explorar su más tierno subsconsciente y acercarle a las mieles de Woody Allen: "El sexo sólo es sucio si se hace bien".  Manda romana que en el pleno siglo XXI algunas mujeres, muy maduras y experimentadas ellas, todavía piensen que tener sensibilidad en determinadas partes del cuerpo se pueda considerar como tendencia homosexual, pensó mi amigo).  
 
Yo por mi parte sólo os puedo asegurar que sé que los hombres son distintos que las mujeres porque mientras cuando yo terminé la carrera me tuve que pasar doce meses haciendo la prestación social sustitutora y algunos de mis compañeros tuvieron que hacer nueve meses de servicio militar, por el contrario mis compañeras de promoción pudieron encerrarse en la biblioteca a preparase sus oposiciones. 
 
También lo sé porque una jueza de Murcia presentó recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Violencia de Género. A dicha jueza le parecía discriminatorio en contra de los hombres que si una señora le suelta una galleta a su marido -cosa absolutamente reprobable, asquerosa e injustificable se mire como se mire- y el marido va a denunciarla a Comisaría, ésta salga por donde ha entrado riéndose de él por calzonazos. Pero si por el contrario al que denuncian es al hombre -hecho igualmente cobarde, igualmente reporchable, igualmente injustificable- lo detienen setenta y dos horas en los calabozos antes de preguntar ni cómo se llama.   
 
Mi querido J.J.: yo lo que pienso es que las mujeres son como el resto de las personas, que las hay buenas y malas, altas y bajas, guapas y feas, tontas e inteligentes. Que cada una es un mundo, y algunas mundo y medio. Y que nunca, nunca, nunca, se puede generalizar, salvo riesgo de cometer crasos errores.
 
Y como no te gusta el deporte -al menos el de masas- te informo de que la de la izquierda es Isinbayeva y lo de la derecha es Semenya. Menuda diferencia. Esta última está en proceso de estudio por la Federación Internacional de Atletismo para determinar su sexo -género se dice ahora, que es más moderno-, ante las denuncias de sus compañeras que sospechan que ha competido en los últimos Mundiales del Atletismo en las pruebas femeninas siendo un hombre. Personalmente pienso que yo sólo precisaría de unos diez o doce segundos para dar mi veredicto.